El amor eterno no es suficiente. Se necesita amor perfecto. Amor sin superficies. No fue sino San Augustín quien bendijo la amistad como el más sagrado de los amores, la amistad cuya pureza no es agredida por el deseo sexual ni por la sucia envidia. Pero debe haber algo más: perfección, pues la unión de dos personas no puede ser un ejercicio temporal o de segunda relevancia, pues seres humanos nacemos y no es más que eso lo que somos, y darle importancia a otras cosas por encima de nuestra humanidad es una bofetada a nuestra naturaleza. Somos eso, humanos imperfectos, pero nada en este mundo nos impide de dar un amor perfecto, aunque sea solo uno, solo a una persona, ese amor perfecto que nada reclama y todo da. El amor debería quedarse en la niñez.
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